martes, 7 de septiembre de 2010

De héroes y vermú


Tras unos meses de reflexión he decidido regresar, para calentar motores una de historia.
No cabe duda de que Winston Churchill es uno de los más admirados políticos del pasado siglo. Siempre le he tenido especial simpatía por poner en su sitio a determinados personajes. Y no hablo de Hitler.
Bernard Law Montgomery fue un distinguido general británico que estuvo al mando durante la II guerra mundial del VIII ejército británico, que combatió en el norte de África. Fueron conocidos como las Ratas del Desierto.
Montgomery fue un esforzado general, con grandes dotes de organización, disciplinado hasta el aburrimiento, religioso como pocos. También fue un pedante insoportable, su proverbial modestia era un suplicio para la mayoría de los que lo conocieron y sin duda era un desastre como militar. Su capacidad estratégica era comparable a las de las hienas del desierto que tanto amaba. Jamás presentó batalla sin estar seguro de poseer una incuestionable superioridad numérica. Aún así perdió la más importante de todas.
Organizó y dirigió la desastrosa operación Market Garden en Holanda buscando la entrada de las tropas aliadas a Alemania. A partir de aquel día Eisenhower lo consideró un perfecto imbécil, a pesar de ser un héroe nacional británico. Winston Churchill, bastante más perspicaz que Eisenhower,  estaba convencido de la estupidez de este individuo desde mucho antes.
Montgomery estaba considerado uno de los grandes héroes de la II Guerra Mundial por vencer a Rommel en la batalla de El-Alamein, frenando definitivamente al ejército nazi en el norte de África.
Erwin Johannes Eugen Rommel estaba al mando del Afrika Korps en aquella batalla de 1942. Era conocido como el Zorro del Desierto. Fue un enorme militar alemán, que no nazi. Rommel nunca estuvo afiliado al partido nazi.  Sus dotes de mando, su carisma y estrategia eran admiradas en ambos bandos.
También era un patriota, a su antigua manera. Odiaba a los nazis, sobre todo a Hitler al que conocía bien al haber sido su jefe de seguridad al comienzo de la guerra. Poco a poco fue entendiendo que Hitler estaba llevando a Alemania al abismo de la derrota total y comprendió que su deber de patriota era pararlo. En julio de 1944 participó en una conspiración para eliminar a Hitler, que fracasó. Unos días antes de que un conspirador intentase matar a Hitler con una bomba, Rommel resulto herido muy grave en un ataque aéreo de la RAF. Estando convaleciente se suicidó para proteger a su familia ante las investigaciones de la Gestapo que le involucraban en el atentado.
Rommel fue también un hombre de honor,  jamás cumplió la orden de Hitler en 1942 de ejecutar a todos los comandos aliados capturados. En la batalla de El-Alamein se insubordinó de manera flagrante y evacuó sus tropas antes de que fueran masacradas por un enemigo superior, desobedeciendo la orden directa de Hitler de resistir a cualquier precio.
En aquella batalla de El-Alamein Montgomery tenía un ejército que triplicaba en número al del Eje y mucho más equipado. Además los aliados habían conseguido descifrar las comunicaciones  secretas alemanas y habían cortado la línea de suministros por mar.
Por si fuese poco, Rommel se encontraba en Austria recuperándose de un balazo. Montgomery, valeroso, decidió que era el momento de atacar con su estrategia favorita y única: el aplastamiento. A los cinco minutos de comenzar el ataque el comandante alemán en funciones, un tal Stumme, murió del susto. Aun así los alemanes resistieron y le dio tiempo a regresar a Rommel.
Tras tan heroica victoria, Montgomery fue recibido en Londres con honores y la multitud salió a las calles y se le organizó un homenaje. En su discurso, sin duda en la emoción del momento, olvidó su insoportable falsa modestia y dijo: “no fumo, no bebo, no prevarico y soy un héroe”.
Churchill no se pudo reprimir y le respondió en su propio discurso: “yo fumo, bebo y prevarico y soy su jefe”.
Curiosamente estos tres personajes tan dispares tenían algunas cosas en común. Todos ellos tenían un doble para protegerse de atentados y despistar al enemigo sobre su verdadera ubicación. Y la más importante: eran aficionados al Dry Martini. Rommel siempre fue un amante de la ortodoxia, lo tomaba de la manera clásica de la época: seis partes de ginebra y cuatro de vermut. Seco, por supuesto. Montgomery que como sabemos no entraba en combate sin estar en incuestionable superioridad numérica, prefería 15 partes de ginebra por una de vermut. Wiston Churchill, hombre poco amigo de bromas que no fuesen las propias, se atizaba un vaso de ginebra mirando la botella de vermut.
Estos tres, cada uno a su manera, más o menos admirable o más o menos discutible, se vestían por los pies. Cada uno de ellos peleó de alguna forma con los otros dos. El caso es que, aunque sin duda Churchill y Rommel gozan de relativa y controvertida buena fama en sus respectivos países, el único que es considerado como un verdadero héroe es el bueno de Montgomery.
Seguro que ustedes tienen un cuñado que le añade al Martini dulce un chorrito de ginebra y se dice amante del Dry Martini. Mariquita.

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